En este cruce de #memoriafeminista entre LATFEM y Ruidosa ya revisamos el pasado y el futuro, ahora nos proponemos a contar la historia de algunas músicas que fueron ícono en nuestros países. Empieza la periodista argentina Romina Zanellato con la primera ídola del pop trasandino, Violeta Rivas.
Violeta Rivas fue una mujer de suerte. De mucha suerte. Una mujer que quería cantar desde que era una nena en la pequeña ciudad argentina de Chivilcoy, a casi 200 kilómetros de las luces y los escenarios de la avenida Corrientes, el centro del espectáculo porteño. Quería cantar desde mucho antes de adoptar su nombre artístico, Violeta Rivas, cuando se llamaba Ana María Francisca Adinolfi. Y su suerte fue tanta que no sólo es la voz de uno de los hits más grandes de la historia de la música popular argentina, también llevó ese show a todos los hogares con televisión en el país. Y también a la radio y al cine. Su cara, su voz, su cuerpo, la convirtieron en estrella, en símbolo de alegría y juventud. Su suerte fue ser la única en el cartel, tuvo toda la suerte de los 60. Era la mujer que lideraba los rankings y que parecía parte inseparable de la familia argentina.
Que suerte que tengo
una madre tan buena,
que siempre vigila
mi ropa y mi cena.
Era 1964, el año del estallido para Violeta Rivas, fue el lanzamiento de su hit Qué suerte que sonó en todas partes. Ese año hizo de todo: protagonizó una telenovela diaria, musical, junto al tanguero Néstor Fabián –quien se convertiría en su pareja de por vida y padre de su hija– que fue un éxito arrollador; protagonizó dos películas Buenas noches, Buenos Aires y el éxito taquillero El Club del Clan, un musical en blanco y negro con los mismos protagonistas del famoso programa de televisión donde se hizo conocida dos años antes.
Violeta era parte de un movimiento musical que se llamó Nueva Ola y generado desde la discográfica RCA Víctor, que tenía convenios con la televisión y la radio. Primero era El Club del Clan, donde cantaba con Palito Ortega, Chico Navarro y Johny Tedesco, entre otros varones. Las fotos y los afiches de la época la muestran, en general, como la única estrella entre todos los varones. Empezó 1964 con una propuesta irresistible: todos esos músicos taquilleros –no solo cantaban y actuaban, sus compañeros también eran los compositores de las letras y la música– se iban del programa que los hizo famosos a otro en Canal 9. El primer sábado de ese año, de 1 a 9 de la noche empezó Sábados Continuados, donde había canciones en vivo, se enseñaban coreografías, pequeños cortos ficcionales, entrevistas, secciones políticas, entre otras cosas. Según la web oficial de Violeta Rivas la oferta fue muy tentadora: “pasaban de ganar 2.000 pesos a 20.000 de base, cifra que se incrementaba llevando los ingresos mensuales a 40.000 para Palito Ortega, 35.000 para Violeta y 30.000 para Johny Tedesco”. Las ventas eran millonarias.
En agosto de ese año grabó “El cardenal”, una canción histórica, que escribió Chico Novarro y se hizo Disco de Oro varias veces. Violeta vendía millones de simples. Mientras se gestaba el rock nacional sin ninguna mujer a la vista hasta los 70, el tango tenía un potente plantel de voces femeninas como Tita Merello, Libertad Lamarque, Susana Rinaldi, entre otras, y en el folclore empezaba el reinado de Mercedes Sosa, luego de que pasara el mejor momento de Leda Valladares, junto a su pareja María Elena Walsh. Pero en el pop, nada. Violeta Rivas se imponía como lo más popular dentro de las expresiones culturales de las nuevas juventudes.
Cuando se prendía la radio o la tele, en los pocos canales que había, lo que sonaba era la música pop, alegre y divertida de los 60. Con el pelo duro, inflado en brushing y con las puntas hacia afuera, las chicas bailaban en sus vestidos “bobito” de colores pastel. El apasionado Sandro seducía a todas, Palito Ortega las entretenía y Violeta Rivas las hacía suspirar de deseo, de ser ella, de ser una estrella.
Que suerte mi padre
callado y sereno,
que suerte saberlo
tan justo y tan bueno.
Ana María Francisca Adinolfi nació el 4 de octubre de 1937 en Chivilcoy, una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Hija de inmigrantes italianos, Ana María cantaba tarantelas y canzonetas desde pequeña para su familia. No fueron necesarios muchos años para que su mamá se diera cuenta que ella quería cantar, así que la llevó al coro y la envió a estudiar piano. Apenas había salido de la escuela y ya iba regularmente a clases de canto lírico. Eran los últimos años de los 50, Ana María decidió lanzarse a la suerte y se anotó en un concurso de canciones italianas en el teatro Marconi, donde cantó una canzoneta italiana a viva voz junto a un pianista y ganó el premio mayor. Se anotó en otro y en otro hasta que se presentó en las radios de aquel entonces, donde la contrataron para cantar en vivo dos veces por semana a las 11:30 de la mañana. El pianista que la acompañó aquella vez se la presentó al cazatalentos de RCA Victor, el gran sello discográfico que monopolizó la música popular de aquellos años. Le hicieron una prueba el 11 de abril de 1960 y quedó contratada y rebautizada como Violeta Rivas.
Argentina vivía momentos de gran convulsión social. Después de los mandatos de Juan Domingo Perón, se sucedieron gobiernos de facto y radicales donde se proscribió al peronismo durante 18 años. Mientras la década del 60 terminaba y el mundo estaba revolucionado por las juventudes hippies, que se habían liberado sexualmente, en Argentina el militar Juan Carlos Onganía comenzaba una persecución enorme y feroz contra las juventudes y las expresiones artísticas.
El repertorio de Violeta Rivas se dividía en piezas melódicas y románticas traducidas del italiano, que interpretaba enfundada en vestidos brillantes al cuerpo y el pelo recogido como una diva de Hollywood, o los hits para bailar en grupo, con la melena suelta: «No seas tan celoso / si con otro bailo el twist / y no estés furioso / si con otro bailo el rock», dice en El baile del ladrillo, mientras sus compañeros hacen el clásico pasito de mover los brazos hacia los costados mientras la cadera y las piernas van a destiempo, como si estuvieran esquiando en una montaña imaginaria.
La música de Violeta Rivas y toda la maquinaria de RCA Victor era denominada como “música complaciente”. Canciones lights sin compromiso político que, sin embargo, mostraban a una mujer liderando todos los espacios culturales populares, que cantaba qué suerte que tengo una mamá, qué suerte que tengo un papá, pero la verdadera suerte es que esta noche voy a verte. Una modificación de las costumbres y del pacto romántico, pero sin romper demasiado.
El Club del Clan era la diversión para la nueva juventud, sobre todo para sectores más conservadores de la sociedad. Era una época de cambios. Las mujeres se volcaron de manera masiva a las universidades en la década del 60, a carreras que no habían sido tradicionales para ellas. Hasta ese momento la docencia, la enfermería y los oficios de cuidados eran las únicas carreras posibles, pero a partir de 1965 las universidades públicas argentinas comenzaron a recibir un incremento notable de estudiantes mujeres, que pasó del 30% al 50% del alumnado a mediados de los 80, en otras carreras. Así, la presión por «formar una familia» se pospuso unos años en la vida de las mujeres, que de pronto destinaban entre sus 18 a los 25 años a vivir una nueva juventud, a ingresar a un mercado laboral, y a disfrutar de una vida que sus madres no tuvieron. El modelo de mujer fue cambiando en los 60, sobre todo por el ingreso de la píldora anticonceptiva que permitió la separar las relaciones sexuales del embarazo.
Violeta Rivas fue parte de ese cambio y lo retrata en Que suerte, ese hit donde enumera todas las virtudes de ser una señorita del hogar, del rol estereotipado de la joven responsable y educada, que por suerte, también tiene la noche, donde al fin puede ver a su novio. ¡Qué suerte!
Que suerte el amor,
que suerte encontrarte,
que suerte querer,
que suerte besarte.
¡Qué suerte!
Que esta noche voy a verte.
Violeta acompañó esta nueva forma de ser mujer desde la pantalla grande, la chica y desde la música. Es una de las artistas más vendidas en la historia de la música argentina. Su carrera es tan grande que requiere un libro poder contar cada una de sus éxitos durante los 60, su vuelco al teatro en los 70 y al teatro de revista durante los 80 y 90. Su carrera musical internacional explotó. Violeta Rivas triunfó en países como Egipto, Ecuador, Perú, México, entre otros. Incluso hizo unos conciertos en Broadway, en Estados Unidos, en abril de 1978.
Mientras tenía energía, Violeta cantó, actuó y le dio felicidad a todes quienes fueron a verla. Símbolo de una época, Violeta permanece en el ADN de la cultura popular argentina. El 23 de junio de 2018 murió en Buenos Aires.